Confieso que he vivido, las memorias de Pablo Neruda

Pablo Neruda, fue el seudónimo bajo el que escribió y luego se convirtió en el nombre legal de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, que nació en la ciudad de Parral, el 12 de julio del año 1904 y falleció en la ciudad de Santiago de Chile, el 23 de septiembre de 1973, fue un poeta y político chileno y su última obra literaria fue autobiográfica y se llama Confieso que he Vivido.

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Carrera y reconocimientos

Neruda esta considerado como uno de los más importantes e influyentes artistas de su siglo; como político, llegó a ser senador de la república chilena, fue miembro del Comité Central del Partido Comunista, luego fue candidato a la presidencia de su país y con posterioridad fue embajador en Francia. De todo ello habla en Confieso que he Vivido.

Obtuvo muchos reconocimiento, que afortunadamente pudo recibir en vida, entre los cuales se destaca por sobre todos haber obtenido el Premio Nobel de Literatura en 1971 y un luego de ello un doctorado honores causa por la Universidad de Oxford. Estas vivencias se ven reflejadas en Confieso que he Vivido Pablo Neruda.

El escritor Gabriel García Márquez lo calificó como «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma» y el crítico literario Harold Bloom expresó: «ningún poeta del hemisferio occidental de nuestro siglo admite comparación con él», quien lo considera como uno de los veintiséis autores centrales del canon de la literatura occidental de todos los tiempos y esto se puede apreciar en Confieso que he Vivido.

Confieso que he vivido, las memorias de Pablo Neruda

En este artículo pretendemos ofrecerte un anticipo de la edición ampliada y definitiva de Confieso que he Vivido, editada por Seix Barral, que constituye las memorias de Pablo Neruda, en la cual este premio Nobel chileno cuenta los principales sucesos de su vida y las condiciones que dieron origen a la creación de sus poemas y libros más famosos. Por ello te traemos los extractos que reflejan al máximo su personalidad literaria y su maestría.

El joven provinciano

En esta sección te traemos los pasajes literarios mas hermosos de Confieso que he Vivido.

El bosque chileno “… Bajo los volcanes, junto a los ventisqueros, entre los grandes lagos, el fragante, el silencioso, el enmarañado bosque chileno… Se hunden los pies en el follaje muerto, crepita una rama quebradiza, los gigantescos raulíes levantan su encrespada estatura, un pájaro de la selva fría cruza, aletea, se detiene entre los sombríos ramajes. Y luego desde su escondite suena como un oboe… Me entra por las narices hasta el alma el aroma salvaje del laurel, el aroma oscuro del boldo…”

“El ciprés de las Guaitecas intercepta mi paso… Es un mundo vertical: una nación de pájaros, una muchedumbre de hojas… Tropiezo en una piedra, escarbo la cavidad descubierta, una inmensa araña de cabellera roja me mira con ojos fijos, inmóvil, grande como un cangrejo… Un cárabo dorado me lanza su emanación mefítica, mientras desaparece como un relámpago su radiante arcoíris…”

“Al pasar, cruzo un bosque de helechos mucho más alto que mi persona: se me dejan caer en la cara sesenta lágrimas desde sus verdes ojos fríos, y detrás de mí quedan por mucho tiempo temblando sus abanicos… Un tronco podrido: qué tesoro!… Hongos negros y azules le han dado orejas, rojas plantas parásitas lo han colmado de rubíes, otras plantas perezosas le han prestado sus barbas y brota, veloz, una culebra desde sus entrañas podridas, como una emanación, como que al tronco muerto se le escapara el alma…”

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“Más lejos cada árbol se separó de sus semejantes… Se yerguen sobre la alfombra de la selva secreta, y cada uno de los follajes, lineal, encrespado, ramoso, lanceolado, tiene un estilo diferente, como cortado por una tijera de movimientos infinitos… Una barranca; abajo el agua transparente se desliza sobre el granito y el jaspe… Vuela una mariposa pura como un limón, danzando entre el agua y la luz… A mi lado me saludan con sus cabecitas amarillas las infinitas calceolarias… En la altura, como gotas arteriales de la selva mágica se cimbran los copihues rojos (Lapageria rosea)…”

“El copihue rojo es la flor de la sangre, el copihue blanco es la flor de la nieve… En un temblor de hojas atravesó el silencio la velocidad de un zorro, pero el silencio es la ley de estos follajes… Apenas el grito lejano de un animal confuso… La intersección penetrante de un pájaro escondido… El universo vegetal susurra apenas hasta que una tempestad ponga en acción toda la música terrestre”.

“Quien no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta. De aquellas tierras, de aquel barro, de aquel silencio, he salido yo a andar, a cantar por el mundo”.

Infancia y poesía en Confieso que he Vivido

“Comenzaré por decir, sobre los días y años de mi infancia, que mi único personaje inolvidable fue la lluvia. La gran lluvia austral que cae como una catarata del Polo, desde los cielos del Cabo de Hornos hasta la frontera. En esta frontera, o Far West de mi patria, nací a la vida, a la tierra, a la poesía y a la lluvia”.

“Por mucho que he caminado me parece que se ha perdido ese arte de llover que se ejercía como un poder terrible y sutil en mi Araucanía natal. Llovía meses enteros, años enteros. La lluvia caía en hilos como largas agujas de vidrio que se rompían en los techos, o llegaban en olas transparentes contra las ventanas, y cada casa era una nave que difícilmente llegaba a puerto en aquel océano de invierno”.

“Esta lluvia fría del sur de América no tiene las rachas impulsivas de la lluvia caliente que cae como un látigo y pasa dejando el cielo azul. Por el contrario, la lluvia austral tiene paciencia y continúa, sin término, cayendo desde el cielo gris”.

“Frente a mi casa, la calle se convirtió en un inmenso mar de lodo. A través de la lluvia veo por la ventana que una carreta se ha empantanado en medio de la calle. Un campesino, con manta de castilla negra, hostiga a los bueyes que no pueden más entre la lluvia y el barro”

“Por las veredas, pisando en una piedra y en otra, contra frío y lluvia, andábamos hacia el colegio. Los paraguas se los llevaba el viento. Los impermeables eran caros, los guantes no me gustaban, los zapatos se empapaban. Siempre recordaré los calcetines mojados junto al brasero y muchos zapatos echando vapor, como pequeñas locomotoras. Luego venían las inundaciones, que se llevaban las poblaciones donde vivía la gente más pobre, junto al río. También la tierra se sacudía, temblorosa. Otras veces, en la cordillera asomaba un penacho de luz terrible: el volcán Llaima despertaba”.

Temuco y la historia según Confieso que he Vivido

“Temuco es una ciudad pionera, de esas ciudades sin pasado, pero con ferreterías. Como los indios no saben leer, las ferreterías ostentan sus notables emblemas en las calles: un inmenso serrucho, una olla gigantesca, un candado ciclópeo, una cuchara antártica”.

“Si Temuco era la avanzada de la vida chilena en los territorios del sur de Chile, esto significaba una larga historia de sangre”.

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“Al empuje de los conquistadores españoles, después de trescientos años de lucha, los araucanos se replegaron hacia aquellas regiones frías. Pero los chilenos continuaron lo que se llamó «la pacificación de la Araucanía», es decir, la continuación de una guerra a sangre y fuego, para desposeer a nuestros compatriotas de sus tierras. Contra los indios todas las armas se usaron con generosidad: el disparo de carabina, el incendio de sus chozas, y luego, en forma más paternal, se empleó la ley y el alcohol.

El abogado se hizo también especialista en el despojo de sus campos, el juez los condenó cuando protestaron, el sacerdote los amenazó con el fuego eterno. Y, por fin, el aguardiente consumó el aniquilamiento de una raza soberbia cuyas proezas, valentía y belleza, dejó grabadas en estrofas de hierro y de jaspe don Alonso de Ercilla en su Araucana”.

La vida en Parral

“Mis padres llegaron de Parral, donde yo nací. Allí, en el centro de Chile, crecen las viñas y abunda el vino. Sin que yo lo recuerde, sin saber que la miré con mis ojos, murió mi madre doña Rosa Basoalto. Yo nací el 12 de julio de 1904, y dos meses después, en septiembre, agotada por la tuberculosis, mi madre ya no existía”.

“La vida era dura para los pequeños agricultores del centro del país. Mi abuelo, don José Ángel Reyes, tenía poca tierra y muchos hijos. Los nombres de mis tíos me parecieron nombres de príncipes de reinos lejanos. Se llamaban Amós, Oseas, Joel, Abadías. Mi padre se llamaba simplemente José del Carmen. Salió muy joven de las tierras paternas y trabajó de obrero en los diques del puerto de Talcahuano, terminando como ferroviario en Temuco”.

“Era conductor de un tren lastrero. Pocos saben lo que es un tren lastrero. En la región austral, de grandes vendavales, las aguas se llevarían los rieles si no se les echara piedrecillas entre los durmientes. Hay que sacar en capachos el lastre de las canteras y volcar la piedra menuda en los carros planos. Hace cuarenta años la tripulación de un tren de esta clase tenía que ser formidable. Venían de los campos, de los suburbios, de las cárceles.

Eran gigantescos y musculosos peones. Los salarios de la empresa eran miserables y no se pedían antecedentes a los que querían trabajar en los trenes lastreros. Mi padre era el conductor del tren. Se había acostumbrado a mandar y a obedecer. A veces me llevaba con él. Picábamos piedra en Boroa, corazón silvestre de la frontera, escenario de los terribles combates entre españoles y araucanos”.

La naturaleza en Confieso que he Vivido

“La naturaleza allí me daba una especie de embriaguez. Me atraían los pájaros, los escarabajos, los huevos de perdiz. Era milagroso encontrarlos en las quebradas, empavonados, oscuros y relucientes, con un color parecido al del cañón de una escopeta. Me asombraba la perfección de los insectos…”

“Recogía las «madres de la culebra». Con este nombre extravagante se designaba al mayor coleóptero, negro, bruñido y fuerte, el titán de los insectos de Chile. Estremece verlo de pronto en los troncos de los maquis y de los manzanos silvestres, de los coihues, pero yo sabía que era tan fuerte que podía pararme con mis pies sobre él y no se rompería. Con su gran dureza defensiva no necesitaba veneno”.

“Estas exploraciones mías llenaban de curiosidad a los trabajadores. Pronto comenzaron a interesarse en mis descubrimientos. Apenas se descuidaba mi padre se largaban por la selva virgen y con más destreza, más inteligencia y más fuerza que yo, encontraban para mí tesoros increíbles.

Había uno que se llamaba Monge. Según mi padre, un peligroso cuchillero. Tenía dos grandes líneas en su cara morena. Una era la cicatriz vertical de un cuchillazo y la otra su sonrisa blanca, horizontal, llena de simpatía y de picardía”.

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“Este Monge me traía copihues blancos, arañas peludas, crías de torcazas, y una vez descubrió para mí lo más deslumbrante, el coleóptero del coihue y de la luma. No sé si ustedes lo han visto alguna vez. Yo solo lo vi en aquella ocasión. Era un relámpago vestido de arcoíris.

El rojo y el violeta y el verde y el amarillo deslumbraban en su caparazón. Como un relámpago se me escapó de las manos y se volvió a la selva. Ya no estaba Monge para que me lo cazara. Nunca me he recobrado de aquella aparición deslumbrante. Tampoco he olvidado a aquel amigo. Mi padre me contó su muerte. Cayó del tren y rodó por un precipicio. Se detuvo el convoy, pero, me decía mi padre, ya solo era un saco de huesos”.

Así termina la narración de su primera infancia en Confieso que he Vivido Pablo Neruda

La casa en que creció

Al referirse a su casa en Confieso que he Vivido, Neruda hace la siguiente descripción.

“Es difícil dar una idea de una casa como la mía, casa típica de la frontera, hace sesenta años”.

“En primer lugar, los domicilios familiares se intercomunicaban. Por el fondo de los patios, los Reyes y los Ortegas, los Candia y los Mason se intercambiaban herramientas o libros, tortas de cumpleaños, ungüentos para fricciones, paraguas, mesas y sillas”.

“Estas casas pioneras cubrían todas las actividades de un pueblo”.

“Don Carlos Mason, norteamericano de blanca melena, parecido a Emerson, era el patriarca de esta familia. Sus hijos Mason eran profundamente criollos. Don Carlos Mason tenía código y biblia. No era un imperialista, sino un fundador original. En esta familia, sin que nadie tuviera dinero, crecían imprentas, hoteles, carnicerías.

Algunos hijos eran directores de periódicos y otros eran obreros en la misma imprenta. Todo pasaba con el tiempo y todo el mundo quedaba tan pobre como antes. Solo los alemanes mantenían esa irreductible conservación de sus bienes, que los caracterizaba en la frontera”.

“Las casas nuestras tenían, pues, algo de campamento. O de empresas descubridoras. Al entrar se veían barricas, aperos, monturas, y objetos indescriptibles”.

“Quedaban siempre habitaciones sin terminar, escaleras inconclusas. Se hablaba toda la vida de continuar la construcción. Los padres comenzaban a pensar en la universidad para sus hijos”.

La casa Mason en Confieso que he Vivido

“En la casa de don Carlos Mason se celebraban los grandes festejos”.

“En toda comida de onomástico había pavos con apio, corderos asados al palo y leche nevada de postre. Hace ya muchos años que no pruebo la leche nevada. El patriarca de pelo blanco se sentaba en la cabecera de la mesa interminable, con su esposa, doña Micaela Candia.

Detrás de él había una inmensa bandera chilena, a la que se le había adherido con un alfiler una minúscula banderita norteamericana. Esa era también la proporción de la sangre. Prevalecía la estrella solitaria de Chile”.

“En esta casa de los Mason había también un salón al que no nos dejaban entrar a los chicos. Nunca supe el verdadero color de los muebles porque estuvieron cubiertos con fundas blancas hasta que se los llevó un incendio. Había allí un álbum con fotografías de la familia. Estas fotos eran más finas y delicadas que las terribles ampliaciones iluminadas que invadieron después la frontera”.

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“Allí había un retrato de mi madre. Era una señora vestida de negro, delgada y pensativa. Me han dicho que escribía versos, pero nunca los vi, sino aquel hermoso retrato”.

El segundo matrimonio de su padre

En Confieso que he Vivido, el escritor se expresa en un lengiaje entrañable sobre su madrastra y las vivencias que tuvo con ella.

“Mi padre se había casado en segundas nupcias con doña Trinidad Candia Marverde, mi madrastra. Me parece increíble tener que dar este nombre al ángel tutelar de mi infancia. Era diligente y dulce, tenía sentido del humor campesino, una bondad activa e infatigable”.

“Apenas llegaba mi padre, ella se transformaba solo en una sombra suave como todas las mujeres de entonces y de allá”.

“En aquel salón vi bailar mazurcas y cuadrillas. Había en mi casa también un baúl con objetos fascinantes. En el fondo relucía un maravilloso loro de calendario. Un día que mi madre revolvía aquella arca sagrada yo me caí de cabeza adentro para alcanzar el loro. Pero cuando fui creciendo la abría secretamente”.

“Había unos abanicos preciosos e impalpables”.

“Conservo otro recuerdo de aquel baúl. La primera novela de amor que me apasionó. Eran centenares de tarjetas postales, enviadas por alguien que las firmaba no sé si Enrique o Alberto y todas dirigidas a María Thielman. Estas tarjetas eran maravillosas. Eran retratos de las grandes actrices de la época con vidriecitos engastados y a veces cabellera pegada…”

“También había castillos, ciudades y paisajes lejanos. Durante años solo me complací en las figuras. Pero, a medida que fui creciendo, fui leyendo aquellos mensajes de amor escritos con una perfecta caligrafía. Siempre me imaginé que el galán aquel era un hombre de sombrero hongo, de bastón y brillante en la corbata. Pero aquellas líneas eran de arrebatadora pasión…”

“Estaban enviadas desde todos los puntos del globo por el viajero. Estaban llenas de frases deslumbrantes, de audacia enamorada. Comencé yo a enamorarme también de María Thielman. A ella me la imaginaba como una desdeñosa actriz, coronada de perlas. Pero, cómo habían llegado al baúl de mi madre esas cartas? Nunca pude saberlo”.

Los años en el liceo

En Confieso que he Vivido, Neruda expresa la influencia que tuvo su vida escolar en sus comienzos literarios.

“A la ciudad de Temuco llegó el año 1910. En este año memorable entré al liceo, un vasto caserón con salas destartaladas y subterráneos sombríos. Desde la altura del liceo, en primavera, se divisaba el ondulante y delicioso río Cautín, con sus márgenes pobladas por manzanos silvestres. Nos escapábamos de las clases para meter los pies en el agua fría que corría sobre las piedras blancas”.

“Pero el liceo era un terreno de inmensas perspectivas para mis seis años de edad. Todo tenía posibilidad de misterio. El laboratorio de Física, al que no me dejaban entrar, lleno de instrumentos deslumbrantes, de retortas y cubetas. La biblioteca, eternamente cerrada. Los hijos de los pioneros no gustaban de la sabiduría…”

“Sin embargo, el sitio de mayor fascinación era el subterráneo. Había allí un silencio y una oscuridad muy grandes. Alumbrándonos con velas jugábamos a la guerra. Los vencedores amarraban a los prisioneros a las viejas columnas. Todavía conservo en la memoria el olor a humedad, a sitio escondido, a tumba, que emanaba del subterráneo del liceo de Temuco”.

Tal cual si fuese Cyrano

“Fui creciendo. Me comenzaron a interesar los libros. En las hazañas de Buffalo Bill, en los viajes de Salgari, se fue extendiendo mi espíritu por las regiones del sueño. Los primeros amores, los purísimos, se desarrollaban en cartas enviadas a Blanca Wilson. Esta muchacha era la hija del herrero y uno de los muchachos, perdido de amor por ella, me pidió que le escribiera sus cartas de amor…”

“No recuerdo cómo serían estas cartas, pero tal vez fueron mis primeras obras literarias, pues, cierta vez, al encontrarme con la colegiala, esta me preguntó si yo era el autor de las cartas que le llevaba su enamorado. No me atreví a renegar de mis obras y muy turbado le respondí que sí. Entonces me pasó un membrillo que por supuesto no quise comer y guardé como un tesoro. Desplazado así mi compañero en el corazón de la muchacha, continué escribiéndole a ella interminables cartas de amor y recibiendo membrillos”.

“Los muchachos en el liceo no conocían ni respetaban mi condición de poeta. La frontera tenía ese sello maravilloso de Far West sin prejuicios. Mis compañeros se llamaban Schnakes, Schlers, Hausers, Smiths, Taitos, Seranis. Éramos iguales entre los Aracenas y los Ramírez y los Reyes. No había apellidos vascos. Había sefarditas: Albalas, Francos. Había irlandeses: Mc Gyntis. Polacos: Yanichewkys. Brillaban con luz oscura los apellidos araucanos, olorosos a madera y agua: Melivilus, Catrileos”.

“Combatíamos, a veces, en el gran galpón cerrado, con bellotas de encina. Nadie que no lo haya recibido sabe lo que duele un bellotazo. Antes de llegar al liceo nos llenábamos los bolsillos de armamentos. Yo tenía escasa capacidad, ninguna fuerza y poca astucia. Siempre llevaba la peor parte. Mientras me entretenía observando la maravillosa bellota, verde y pulida, con su caperuza rugosa y gris, mientras trataba torpemente de fabricarme con ella una de esas pipas que luego me arrebataban, ya me había caído un diluvio de bellotazos en la cabeza…”

“Cuando estaba en el segundo año se me ocurrió llevar un sombrero impermeable de color verde vivo. Este sombrero pertenecía a mi padre; como su manta de castilla, sus faroles de señales verdes y rojas que estaban cargados de fascinación para mí y apenas podía los llevaba al colegio para pavonearme con ellos… Esta vez llovía implacablemente y nada más formidable que el sombrero de hule verde que parecía un loro. Apenas llegué al galpón en que corrían como locos trescientos forajidos, mi sombrero voló como un loro. Yo lo perseguía y cuando lo iba a cazar volaba de nuevo entre los aullidos más ensordecedores que escuché jamás. Nunca lo volví a ver”.

El amor y la naturaleza en Confieso que he Vivido

“En estos recuerdos no veo bien la precisión periódica del tiempo. Se me confunden hechos minúsculos que tuvieron importancia para mí y me parece que debe ser esta mi primera aventura erótica, extrañamente mezclada a la historia natural. Tal vez el amor y la naturaleza fueron desde muy temprano los yacimientos de mi poesía”.

“Frente a mi casa vivían dos muchachas que de continuo me lanzaban miradas que me ruborizaban. Lo que yo tenía de tímido y de silencioso lo tenían ellas de precoces y diabólicas. Esa vez, parado en la puerta de mi casa, trataba de no mirarlas. Tenían en sus manos algo que me fascinaba. Me acerqué con cautela y me mostraron un nido de pájaro silvestre, tejido con musgo y plumillas, que guardaba en su interior unos maravillosos huevecillos de color turquesa…”

“Cuando fui a tomarlo una de ellas me dijo que primero debían hurgar en mis ropas. Temblé de terror y me escabullí rápidamente, perseguido por las jóvenes ninfas que enarbolaban el incitante tesoro. En la persecución entré por un callejón hacia el local deshabitado de una panadería de propiedad de mi padre. Las asaltantes lograron alcanzarme y comenzaban a despojarme de mis pantalones cuando por el corredor se oyeron los pasos de mi padre. Allí terminó el nido. Los maravillosos huevecillos quedaron rotos en la panadería abandonada, mientras, debajo del mostrador, asaltado y asaltantes conteníamos la respiración”.

“Recuerdo también que una vez, buscando los pequeños objetos y los minúsculos seres de mi mundo en el fondo de mi casa, encontré un agujero en una tabla del cercado. Miré a través del hueco y vi un terreno igual al de mi casa, baldío y silvestre. Me retiré unos pasos porque vagamente supe que iba a pasar algo. De pronto apareció una mano. Era la mano pequeñita de un niño de mi edad. Cuando me acerqué ya no estaba la mano y en su lugar había una diminuta oveja blanca”.

“Era una oveja de lana desteñida. Las ruedas con que se deslizaba se habían escapado. Nunca había visto yo una oveja tan linda. Fui a mi casa y volví con un regalo que dejé en el mismo sitio: una piña de pino, entreabierta, olorosa y balsámica que yo adoraba”.

“Nunca más vi la mano del niño. Nunca más he vuelto a ver una ovejita como aquella. La perdí en un incendio. Y aún ahora, en estos años, cuando paso por una juguetería, miro furtivamente las vitrinas. Pero es inútil. Nunca más se hizo una oveja como aquella”.

Confieso que he vivido, información

  • Escritor: Pablo Neruda
  • Editorial: Seix Barral
  • Temática: Actualidad | Biografias y memorias
  • Colección: Biblioteca Breve | Serie Biblioteca Breve
  • Número de páginas: 536
  • Género: Literatura Latinoamericana
  • Idioma: Español / Idioma Original: Español

Sunopsis de Confieso que he Vivido

Pablo Neruda narra en Confieso que he Vivido, con la inimitable fuerza verbal que es la característica esencial de sus mejores escritos, no solamente las principales peripecias por las que transcurrió su vida, sino también los eventos que circundaron la creación de sus poemas más famosos.

De manera magistral, en Confieso que he Vivido, el artista litetario expone tanto su punto de vista sobre el arte y la poesía, como las razones que lo impulsaban a defender hasta el final de su vida sus más que conocidas posiciones políticas.

De manera no menos excepcional, en Confieso que he Vivido, Neruda recuerda la figura de algunos amigos: García Lorca, Alberti, Miguel Hernández, Éluard, Aragon… y su relación con algunos personajes que destacaron en la política contemporánea.

Sobre este particular, resulta especialmente emotiva la evocación, con la que cierra este libro, dirigida a su amigo, el presidente Allende, que fue escrita tres días después de su trágica muerte.

«El poeta, (escribió Neruda), debe ser, parcialmente, el cronista de su época». En el desarrollo de estas memorias autobiográficas contenidas en Confieso que he Vivido, Pablo Neruda se mostró como un verdadero cronista y testigo de nuestro tiempo.

En el contenido de Confieso que he Vivido, Neruda manifiesta una vez más que un poeta es una «conciencia puesta en pie hasta el fin»; así como la emoción estilística de su prosa, que es equivalente a la emoción expresiva y a la perentoria vigencia y exigencia moral que caracterizan su obra poética.

Estas memorias fueron escritas practicamente casi hasta el momento de su muerte, pero se inician con el comienzo de su vida misma, abarcan en plenitud las motivadoras vivencias del autor, desde las primeras experiencias infantiles, que tuvieron el sabor agreste de los bosques de Chile, hasta su definitivo encumbramiento con la obtención del reconocimiento mundial del Premio Nobel, todo ello mezclado con el acto de creación poética que fue su existencia.

Existencia que se nos muestra como casi rodeada de una fábula en esta obra póstuma, en la cual la leyenda del poeta se mezcla con los concretos materiales, la llamada materia telúrica de la creación universal y se eleva, en alas de lo sublime, a las más altas esferas del numen. Habiéndose convertido Neruda en un poeta esencial, su Confieso que he Vivido contribuye a concretar y entender mejor la esencia de su poesía.

Neruda fue un testigo de excepción de la historia del siglo xx y un poeta con muchas vivencias, que se pasea por la amplitud del mundo, que camina entre la muchedumbre y la intimidad y que explora la naturaleza y el amor. Confieso que he vivido, que fue su proyecto autobiográfico y el más ambicioso, reune su rica experiencia vital.

Comienzo de sus obras

En el año de 1917, publicó su primer artículo, que llamó Entusiasmo y Perseverancia, en el diario La Mañana de Temuco. Fue en esta ciudad en la que escribió gran parte de los trabajos, que pasaron a integrar su primer libro de poemas: Crepusculario que se publicó en 1923, siendo objeto de elogio por escritores como Hernán Díaz Arrieta, Raúl Silva Castro y Pedro Prado

En 1919, obtuvo el tercer lugar en los Juegos Florales del Maule, con su poema «Comunión ideal» o «Nocturno ideal».​ Ese mismo año conoció a Gabriela Mistral, que en aquellos tiempos era la directora del Liceo de Niñas de Temuco​, de cuyo encuentro recuerda: «ella me hizo leer los primeros grandes nombres de la literatura rusa que tanta influencia tuvieron sobre mí». En 1920, empezó a hacer contribuciones en la revista literaria Selva Austral.

Hacia 1921, con diecisiete años, empezó definitivamente a suscribir sus trabajos con el seudónimo de Pablo Neruda, por la razón de evitar a su padre el malestar por tener un hijo que era poeta.​

Aunque Neruda nunca hizo aclaraciones sobre el origen de seudónimo, nunca rechazó, e incluso apoyó, la suposición de que lo había escogido en honor al escritor checo Jan Neruda, de quien leyó un cuento por esos años que le causó una inmensa impresión.

Pero, el trabajo literario de Jan se publicó entre 1857 y 1883, y es muy poco probable que Neruda haya tenido acceso a traducciones en 1921, en su lugar, se piensa que su apodo estuvo inspirado en un personaje de la novela de Arthur Conan Doyle titulada Estudio en escarlata de 1887, en la cual, en el capítulo IV, el personaje Sherlock Holmes dice que va a ir a escuchar un concierto de Norman-Neruda, una famosa violinista, Guillermina María Francisca Neruda, casada con el músico sueco Ludwig Norman, que fue conocida entonces como Wilma Norman-Neruda.

En 1921, se residenció en Santiago y empezó estudios de pedagogía en idioma francés en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, donde obtuvo el primer premio de los Juegos Florales de la Primavera con el poema «La canción de fiesta», que fue publicado luego en la revista Juventud.

Transcurría el año 1924, cuando se publicó su famoso libro Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada, en el que aún se advierte la influencia del modernismo. Posteriormente, se manifestó en el artista una intención de renovación formal, con visos de intención vanguardista, en tres breves libros publicados en 1926: El habitante y su Esperanza, Anillos, que hizo en colaboración con Tomás Lago y Tentativa del Hombre Infinito.

El año 1927, empezó su dilatada carrera diplomática, siendo cónsul en Rangún, Birmania, desde donde se desarrolla una notable actividad epistolario con el escritor argentino Héctor Eandi.

Posteriormente fue cónsul en Sri Lanka, Java, Singapur, Buenos Aires,  donde conoció a Federico García Lorca, Barcelona, donde conoció a Rafael Alberti, y Madrid. Propugnó su concepción poética del momento, a la que llamó «poesía impura», y conoció el poderoso y liberador influjo del surrealismo.

Contrajo matrimonio el 6 de diciembre de 1930, en Java con la neerlandesa Maryka Antonieta Hagenaar Vogelzang, Maruca. La hija que nació de esta unión en Madrid en 1934, Malva Marina Trinidad, padecía hidrocefalia.

Neruda se separó de Hagenaar en 1936 y se divorció de ella desde México en 1942, divorcio éste que no fue aceptado por la justicia chilena, cuya legislación prohibía el divorcio.​ Malva murió en Gouda el 2 de marzo de 1943, en una época en que los Países Bajos estaban ocupados por los alemanes, mientras Neruda era cónsul general de Chile en México.

En 1935, Manuel Altolaguirre le designó a Neruda director de la revista Caballo Verde para la Poesía, en la que fue compañero de los poetas de la generación del 27. Ese mismo año apareció la edición madrileña de Residencia en la Tierra.




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